sábado, 17 de marzo de 2018

MI PAPÁ ESTÁ MUY OCUPADO

El papá de Alberto era un hombre importantísimo y muy ocupado que trabajaba tantas horas, que a menudo debía trabajar los fines de semana. Un domingo Alberto se despertó antes de tiempo, y al escuchar que su papá abría la puerta de la calle para salir hacia la oficina, corrió a preguntarle:
- ¿Por qué tienes que ir hoy a trabajar, papi? Podríamos jugar juntos...
- No puedo. Tengo unos asuntos muy importantes que resolver.
- ¿Y por qué son tan importantes, papi?
- Pues porque si salen bien, serán un gran negocio para la empresa.
- ¿Y por qué serán un gran negocio?
- Pues porque la empresa ganará mucho dinero, y a mí es posible que me asciendan.
- ¿Y por qué quieres que te asciendan?
- Pues para tener un trabajo mejor y ganar más dinero.
- ¡Qué bien! Y cuando tengas un trabajo mejor, ¿podrás jugar más conmigo?
El papá de Alberto quedó pensativo, así que el niño siguió con sus preguntas.
- ¿Y por qué necesitas ganar más dinero?
- Pues para poder tener una casa mejor y más grande, y para que tú puedas tener más cosas.
- ¿Y para qué queremos tener una casa más grande? ¿Para guardar todas esas cosas nuevas?
- No hijo, porque con una casa más grande estaremos más a gusto y podremos hacer más cosas.
Alberto dudó un momento y sonrió.
- ¿Podremos hacer más cosas juntos? ¡Estupendo! Entonces vete rápido. Yo esperaré los años que haga falta hasta que tengamos una casa más grande.
Al oír eso, el papá de Alberto cerró la puerta sin salir. Alberto crecía muy rápido, y su papá sabía que no le esperaría tanto. Así que se quitó la chaqueta, dejó el ordenador y la agenda, y mientras se sentaba a jugar con un Alberto tan sorprendido como encantado, dijo:
- Creo que el ascenso y la casa nueva podrán esperar algunos años.

jueves, 1 de marzo de 2018

Cumplimos 10 años

Había una vez un brujo que quería tener su propia magia, aunque solo fuera un hechizo pequeñito, pero no era suficientemente sabio y poderoso. Por eso se pasaba el día buscando ideas en la biblioteca, hasta que un día tropezó con tan mala suerte que fue a golpearse con la boca abierta contra un estante lleno de libros. Justo antes de romperse todos los dientes pronunció extrañamente una palabra mágica y, en lugar de estamparse contra los libros, se los comió todos de una forma mágica e imposible.

Pensó el brujo que se había librado por poco, pero algo salió mal y, cuando menos lo esperaba, alguno de los libros escapaba por su boca. Le ocurría en su casa, en el campo, en el pueblo, en la cocina… Era todo un fastidio, y no se le ocurrió otra cosa que crear un pequeño monstruito comelibros, que devoraba encantado los cuentos que dejaba escapar el brujo. El monstruito seguía al brujo a todas partes, y pronto creció hasta convertirse en una criatura grande y fuerte, hasta el punto de que a veces costaba saber quién era la mascota de quién.
Pronto el monstruito estuvo fuera de control. Devoraba todo libro nuevo que encontraba, devoraba cuadros, devoraba música… Y el mago se preguntaba si habría hecho bien en crear un ser tan voraz. Una noche planeó llevarlo mientras dormía al bosque para abandonarlo, pero cuando fue a su cuarto a buscarlo, el monstruo estaba saliendo sigilosamente. Sorprendido, el brujo comenzó a seguirlo en secreto, y entonces descubrió toda la verdad: el monstruo devoraba libros por el día, pero por la noche recorría el mundo llevándolos de casa en casa, con la esperanza de allá donde llegara alguien pudiera disfrutar los cuentos que había ido encontrando. Y fue solo entonces cuando el brujo se dio cuenta de la suerte tan grande que tenía, y de cómo por casualidad había al fin encontrado su propia magia.
Y el día que el monstruito cumplió 10 años, decidió dejar a la vista de su criatura un cuento distinto; uno con el que lo único que quería era felicitar a su fiel compañero, para que cuando lo llevara aquella noche por el mundo, todos supieran que ya tenía nada más y nada menos que 10 años