Una noche de Halloween, dos hermanos que no querían acudir a ninguna celebración, se
habían quedado solos en casa, mientras sus padres estaban en la fiesta de unos vecinos.
Tras un rato viendo películas, decidieron jugar al escondite. El hermano mayor comenzó a contar hacia atrás mientras escuchaba los pasos de su hermano alejarse en busca de un buen escondite.
Cuando terminó de contar, comenzó a buscar a su hermano. Empezó buscando en sus escondrijos favoritos: el armario de la entrada, detrás del sofá, bajo la cama, en el cesto de la ropa… Sin embargo, no estaba en ningún sitio. «¿Qué escondite habrá encontrado?», pensaba el hermano mayor que comenzaba a cansarse de buscar tanto sin encontrarle.
De repente, comenzó a escuchar unos sonidos extraños que procedían del armario de su habitación. «¡Sal, sé que estás ahí, te he encontrado!».
Sin embargo, nadie abrió la puerta. Esperó unos segundos y harto del juego, abrió él mismo el armario. Miró detrás de los abrigos y las camisas pero, no vio a nadie allí. Se inclinó un poco hacia delante alargando la mano e intentando tocar el fondo del armario y, de repente, una mano fría agarró su mano e intentó tirar de ella hacia el armario.
Enfadado le gritó a su hermano que le soltara pero, entonces, una voz detrás de él dijo:– Pero, ¿qué haces?, ¿no puedes encontrarme?
Era su hermano pequeño, entonces, ¿quién tiraba de él hacia dentro? El hermano mayor comenzó a gritar aterrado tratando desesperadamente de liberarse de aquella mano que intentaba meterle en el armario. Su hermano tiraba de él también hasta que consiguieron soltarle.
Sobre su mano quedaron unos arañazos que jamás desaparecieron. Durante años, cada 31 de octubre, escucharon unos ruidos extraños procedentes de aquel armario, que nunca, se atrevieron a volver a abrir.