Había
una vez un pequeño jardín en la parte trasera de una
casa, que en invierno dormía bajo la nieve. Pero
cuando llegó
la primavera,
todo cambió. Las flores comenzaron a asomar sus pétalos y los
árboles extendieron sus ramas hacia el sol.
En el jardín vivía un pajarito llamado Pipo.
Pipo era muy curioso y siempre estaba buscando nuevos
amigos.
Un día, mientras volaba de rama en rama, vio algo sorprendente: ¡un
pequeño capullo estaba a punto de florecer! Pipo se acercó y, con
mucho cuidado, saludó al capullo.
—Hola, soy Pipo. ¿Quién eres tú?
El capullo respondió con una vocecita suave:
—Hola,
soy una flor de primavera. Estoy esperando el
momento justo para abrirme al mundo.
Pipo, emocionado, decidió ayudarla. Cada mañana le cantaba
suaves melodías y se aseguraba de que tuviera suficiente luz y agua.
Día tras día, la flor se sentía más fuerte, hasta que un día, al
despuntar el sol, el capullo se abrió y se convirtió en una
hermosa margarita.
—¡Gracias, Pipo! —dijo la flor—. Sin tu cuidado, no hubiera
florecido tan feliz.
Pipo, feliz, continuó volando por el jardín, ayudando
a otras flores y árboles. Desde ese día, el
jardín se convirtió en un lugar lleno de vida y
colores, donde la amistad y el cuidado hacían florecer la primavera
en cada rincón.
Y así, Pipo aprendió que la primavera no solo trae flores, sino
también oportunidades para cuidar y compartir con los
demás