El Derecho a No Leer. Sin este
derecho la lectura sería una trampa perversa. La libertad de escribir no puede
ir acompañada del deber de leer.
El Derecho a Saltarse las Páginas. Por razones que sólo conciernen a nosotros y al libro que leemos.
El Derecho a No Terminar el Libro. Hay treinta y seis mil motivos para abandonar una lectura antes
del final: la sensación de ya leída, una historia que no engancha,
desaprobación por las tesis del autor...Inútil enumerar las 35.995 restantes,
donde bien podía estar un posible dolor de muelas.
El Derecho a Releer. Por el placer de la
repetición, la alegría de los reencuentros, la comprobación de la intimidad.
El Derecho a Leer Cualquier Cosa. Buscamos escritores, buscamos escrituras; se acabaron los meros
compañeros de juego, reclamamos camaradas del alma.
El Derecho a Leer en Cualquier Lugar. Completad vosotros este punto.
El Derecho a Hojear. Autorización
que nos concedemos para coger cualquier volumen de nuestra biblioteca, abrirlo
por cualquier lugar y sumirnos en él un momento.
El Derecho a Leer en Voz Alta. Los libros se abren de par en
par, y la multitud de los que se creían excluidos de la lectura se precipita
detrás de él. (Suele pasar con la poesía cuando es cantada).
El Derecho a Callarnos. Nuestras
razones para leer son tan extrañas como nuestras razones para vivir. Y nadie
tiene poderes para pedirnos cuentas sobre esa intimidad.
Ya me callo.
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