Tanto educadores como padres
coinciden en apreciar la emoción entre misteriosa y sagrada que consume a los
niños pequeños cuando están iniciando su aprendizaje lector. Ellos anhelan
sumergirse entre la maraña de letras, símbolos y gráficos que conforman el
contenido de un libro para -como mamá y
papá- poder entender la historia que cuentan sus páginas.
Entonces, si la escuela es la encargada de facilitar
ese aprendizaje, ¿cuáles son los fallos del sistema que impiden a tantos niños
adquirir un verdadero hábito lector? O, dicho de otro modo más radical: ¿por
qué la escuela mata el apasionado
empuje del niño hacia la lectura?
Hasta ahora aprender a leer consistía en demostrar
al maestro que se era capaz de descifrar palabras y frases escritas en un
libro. A nadie le interesaba lograr que al niño le resultara gratificante ese
aprendizaje.
Otro error generalizado y determinante era la
insistencia en la lectura en voz alta. Como si los adultos leyeran siempre de
ese modo. La lectura interior, mental, parecía no valer para nada, tal vez
porque reclama una verificación más compleja: la comprensión del texto.
Otro grave error es el libro de lectura, configurado por multitud de fragmentos breves de
diversos textos, enlazados sin pies ni cabeza y que le dan al niño la impresión
de haber leído muchas obras de muchos autores, cuando en realidad han
interpretado sólo breves fragmentos. Está aprendiendo a leer sin libros.
Absurda es también la costumbre de que todos los
niños deban leer el mismo libro, por la misma página y a la misma velocidad,
convirtiendo el aprendizaje lector en un proceso estandarizado cuya finalidad
última más bien parece ser crear "robots lectores", que verdaderos
amantes de los libros.
Estamos equivocados; el niño comienza su
camino hacia la lectura y la escritura mucho antes de llegar a primria Por intuición utiliza símbolos y aplica reglas que imagina subjetivamente y que
le permiten relacionarse con los adultos. Irá verificando sus códigos
personales comparándolos con los de su entorno, hasta conquistar nuestro código
alfabético.
La
primera experiencia fundamental para el niño sería ésta: como todavía no sabe ni leer ni
escribir -estamos aún en infantil-, inventa una historia breve y sencilla;
el maestro la escribe y la fotocopia. El niño lleva a casa "su obra"
y sus padres repiten palabra por palabra lo que ha inventado. El niño descubre
que sin estar presentes cuando él contó su historia, sus padres se la han
repetido. Se produce el milagro de la lectura.
La
segunda experiencia fantástica es la de la escucha: el niño, absorto, asiste a las maravillosas
aventuras que le narra el adulto al leerle un cuento. Escuchar al adulto que
lee, seguir las aventuras, imaginar imágenes fantásticas y encontrarse con
personajes maravillosos... es una experiencia fundamental para todos los niños.
Esta labor la tendrían que desempeñar en un
primer momento los padres, pero ante la imposibilidad o negativa de éstos a
asumir este papel, la escuela ha de hacerse cargo de este reto, reservando
momentos diarios en los que el educador empape a los niños de lecturas
apasionadas y apasionantes.
Un niño que escucha un cuento establece con
quien lee, a través de las imágenes que evocan las palabras, una relación de
una intensidad difícilmente repetible y raramente superable.
Lo importante es que los niños puedan leer
sus libros por el gusto de leerlos. Porque quien haya leído un libro con placer
no tendrá inconveniente en completar una ficha que servirá de orientación a sus
compañeros, o en comentar oralmente su experiencia, siempre que la ficha no se
convierta en una condena y el comentario en un examen.
La lectura, como cualquier otro
nacimiento, ha de ser un proceso natural, cargado de ternura, afecto y pasión.
C.E.I.P. BADIEL.- 20/05/2017.Enrique
García.
Basado en el
artículo "El nacimiento del lector" de Francesco Tonucci, en CLIJ, nº
5, 1988. realizado por Kepa Osoro Iturbe
Totalmente de acuerdo. Muy acertado el artículo. Un abrazo
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