sábado, 29 de octubre de 2016

Qué podemos hacer para que lean NUESTROS HIJOS-HIJAS.(1)

  1. Que nos vean leer. El ejemplo es, en educación, el argumento más convincente porque posibilita la imitación, animando al niño o la niña a hacer aquello que hace una persona que tiene prestigio para ella como es su padre o su madre. Además, si yo no leo, ¿cómo voy a decir a mi hijo que leer es muy divertido? ¡Si no me ve leer nunca! Como no es tonto me preguntará: “¿A tí no te gusta divertirte?” O pensará: “Dice eso para que lea, pero no es verdad, leer es aburridísimo”.Y no leerá.
  2. Leerle nosotros. Es una práctica fundamental, tal vez la más importante y eficaz. Sobretodo, con los niños que tienen dificultades para leer y les cuesta gran esfuerzo hacerlo, con repeticiones de palabras o de sílabas, sustituyendo unas letras por otras, que les impide entender el mensaje y comunicarse con el libro. Leer así es aburridísimo. Es como leer en un idioma que no comprendes, y no hay persona humana que pueda leer más de dos minutos en un lenguaje que no entiende. Pero al leerles nosotros, comprenden el mensaje, por lo que disfrutan con lo que oyen, están atentos y se dan cuenta de que en aquellas páginas hay historias divertidas que valen la pena. La lectura constante, gratis, como un regalo, sin pedir nada a cambio y con amor del adulto siempre despierta el interés y las ganas de leer a medio y largo plazo.
  3. Contarles cuentos e historias. Es otra actividad que encanta a los niños de estas edades, aumenta el vocabulario y desarrolla la imaginación además de incrementar los lazos afectivos entre padres e hijos. Contar cuentos no es fácil y a veces nos sentimos un poco torpes, pero se puede aprender con un poco de esfuerzo. Hay estupendos libros que dan muy buenas ideas y tienen cuentos tanto tradicionales como modernos…. y también dos excelentes artículos sobre este tema en Solohijos: El poder de los cuentos y Cómo contar cuentos.
  4. Leer con ellos. Cuando el tutor/a nos dice que a nuestro hijo le cuesta leer y debe “practicar” en casa, no lo hará si lo dejamos solo ante el libro en su habitación. En estos momentos necesita nuestra ayuda y nuestro apoyo para que ejercite durante 10 minutos cada día. Leer con ellos supone, por ejemplo, repartirnos la página, llegando a un pacto: “Yo leo el primer párrafo y tú el segundo, ¿vale?”. Leer con ellos requiere que nuestra actitud sea positiva, nunca crítica con sus errores, porque él se ha de sentir cómodo y, lo más importante, con ganas de leer al día siguiente otra vez. Si tiene dificultades para descifrar una palabra se le dice entera sin más, sin esperar a que él haga un gran esfuerzo de análisis que lo agote. Cuando lea una palabra por otra, por ejemplo, “camino” por “camión”, se le puede decir: “Es verdad, podría decir camino porque empieza igual y se parecen mucho, pero dice camión”, porque es importante justificar siempre sus errores que nunca son voluntarios. Y por último, una regla de oro: siempre un poco menos. Es mucho mejor hacer dos sesiones de cinco minutos que una de quince.


miércoles, 26 de octubre de 2016

Aventuras de un enemigo de Halloween

Valor Educativo Buenos hábitos
Idea y enseñanza principal Un simpático cuento que aprovechar la fiesta de Halloween para recordar a los niños la importancia de cuidarse los dientes y comer sano
Ambientación La noche de Halloween
Personajes El ratoncito Pérez y los monstruos

Cuento 


La gente piensa que Halloween asusta a los niños, pero hay alguien muy famoso a quien le da mucho más miedo: el ratoncito Pérez. Y es que todos los dulces de Halloween acaban en las bocas de los niños, que olvidan lavarse los dientes, que se les van estropeando… Y para cuando se los tiene que llevar el ratón, están hechos un desastre.
Por eso Pérez decidió viajar a la tierra de los monstruos para detener aquella locura de dientes enfermos. Sin embargo los monstruos no estaban dispuestos a quedarse sin la única oportunidad en que podían acercarse a sus amigos los niños. Cualquier otro día del año, si un monstruo de verdad se acercaba a un niño se montaba una buena…
El ratoncito Pérez tampoco iba a renunciar, y decidió cargarse la fiesta de Halloween. Un año pensó:
- Daré la vuelta a los carteles que indican el camino hacia las ciudades. Así los monstruos se perderán.
Pero resultó que los monstruos ni siquiera los miraban porque no sabían leer. Otro año dijo:
- Ya sé, llevaré miles de ovejas golosas para que se coman las golosinas que guardan los monstruos para la fiesta.
Y lo consiguió. No dejaron ni una, pero comieron tantos dulces que se volvieron ovejitas de caramelo. Y los monstruos las repartieron por el mundo con tanto éxito que el ratoncito Pérez tuvo la peor cosecha de dientes de su vida.
Para la siguiente ocasión, preparó un plan muy arriesgado
- Ayudaré a escapar de la cárcel a los monstruos más malvados y que peor tratan a los niños. Darán tanto miedo que nadie querrá otro Halloween.
En secreto y muerto de miedo, la noche de Halloween liberó a aquellos brutos y los acompañó hasta la ciudad. Esperaba que montaran un gran lío, pero cuando llegaron y vieron los disfraces, creyeron que todo era un fiesta sorpresa para ellos. Se sintieron tan felices y emocionados que se portaron fenomenal y durante horas cubrieron con sus peludos abrazos y sus babosos besos al ratoncito. Se volvieron tan buenos, que nadie pensó en volver a encerrarlos.
Desesperado por tantos intentos fallidos, el ratón Pérez estaba dispuesto a gastar toda su fortuna.
- Compraré todo el azúcar y lo tiraré por los ríos y lagos del mundo. Sin dulces no habrá fiesta.
Pero no sabía el ratoncito que los monstruos tenían sus propios huertos de golosinas, y que al regarlas con agua dulce tuvieron la mejor cosecha de la historia…
Viendo que nada podía arruinar la fiesta que tanto querían niños y monstruos, se le ocurrió que igual solo necesitaba cambiarla un poco. Y al pensar en los huertos de golosinas de los monstruos, tuvo una idea... se acercó una noche a escondidas y plantó algunas cosas más: caramelos sin azúcar, frutas, gominolas de pasta dentrífica… y hasta un árbol de cepillos de dientes. Los monstruos eran tan brutos que ni se dieron cuenta y, cuando prepararon las bolsas de golosinas para el año siguiente, en todas metieron los sanos productos plantados por Pérez.
El plan resultó todo un éxito porque, al ver entre las golosinas un cepillo de dientes, ningún niño se olvidó de cepillarlos, y no pudo decir que no encontraba el cepillo. Así, los monstruos salvaron su fiesta, los niños comieron sus dulces y el ratoncito Pérez recogió ese año los mejores dientes que podía recordar.
Y a los papás y a las mamás también les gustó la idea. Por eso ahora, entre todos los regalos y dulces que se reparten en Halloween, cada vez es más fácil ver cepillos de dientes, fruta sana y golosinas sin azúcar.


Autor.. Pedro Pablo Sacristan

viernes, 7 de octubre de 2016

EL EXTRAÑO PROFE QUE NO QUERÍA A SUS ALUMNOS


Valor Educativo Amor y perdón

Idea y enseñanza principal El amor es la fuerza más poderosa para cambiar a las personas

Ambientación La escuela de un pequeño pueblo

Personajes Un profesor y sus alumnos


Había una vez un ladrón malvado que, huyendo de la policía, llegó a un pequeño pueblo llamado Sodavlamaruc, donde escondió lo robado y se hizo pasar por el nuevo maestro y comenzó a dar clases con el nombre de Don Pepo.
Como era un tipo malvado, gritaba muchísimo y siempre estaba de mal humor. Castigaba a los niños constantemente y se notaba que no los quería ni un poquito. Al terminar las clases, sus alumnos salían siempre corriendo. Hasta que un día Pablito, uno de los más pequeños, en lugar de salir se le quedó mirando en silencio. Entonces acercó una silla y se puso en pie sobre ella. El maestro se acercó para gritarle pero, en cuanto lo tuvo a tiro, Pablito saltó a su cuello y le dio un gran abrazo. Luego le dio un beso y huyó corriendo, sin que al malvado le diera tiempo a recuperarse de la sorpresa.
A partir de aquel día, Pablito aprovechaba cualquier despiste para darle un abrazo por sorpresa y salir corriendo antes de que le pudiera pillar. Al principio el malvado maestro se molestaba mucho, pero luego empezó a parecerle gracioso. Y un día que pudo atraparlo, le preguntó por qué lo hacía:
- Creo que usted es tan malo porque nunca le han querido. Y yo voy a quererle para que se cure, aunque no le guste.
El maestro hizo como que se enfadaba, pero en el fondo le gustaba que el niño le quisiera tanto. Cada vez se dejaba abrazar más fácilmente y se le notaba menos gruñón. Hasta que un día, al ver que uno de los niños llevaba varios días muy triste y desanimado, decidió alegrarle el día dándole él mismo un fuerte abrazo.
En ese momento todos en la escuela comenzaron a aplaudir y a gritar
- ¡Don Pepo se ha hecho bueno! ¡Ya quiere a los niños!
Y todos le abrazaban y lo celebraban. Don Pepo estaba tan sorprendido como contento.
- ¿Le gustaría quedarse con nosotros y darnos clase siempre?
Don Pepo respondió que sí, aunque sabía que cuando lo encontraran tendría que volver a huir. Pero entonces aparecieron varios policías, y junto a ellos Pablito llevando las cosas robadas de Don Pepo.
- No se asuste, Don Pepo. Ya sabemos que se arrepiente de lo que hizo y que va a devolver todo esto. Puede quedarse aquí dando clase, porque, ahora que ya quiere a los niños, sabemos que está curado.
Don Pepo no podía creérselo. Todos en el pueblo sabían desde el principio que era un ladrón y habían estado intentado ayudarle a hacerse bueno. Así que decidió quedarse allí a vivir, para ayudar a otros a darle la vuelta a sus vidas malvadas, como habían hecho con la suya. Y así, dándole la vuelta, entendió por fin el rarísimo nombre de aquel pueblo tan especial, y pensó que estaba muy bien puesto.


Autor.Pedro Pablo Sacristán

lunes, 3 de octubre de 2016

UNO DE LOS ERRORES DE LOS BUENOS PADRES



No nos engañemos. Salvo algunas deplorables excepciones, todos somos buenos padres. O al menos eso pensamos: queremos lo mejor para nuestros hijos, estamos dispuestos a hacer renuncias por ellos, les queremos.
Pero tampoco nos engañemos. Con honrosas excepciones, tampoco lo estamos haciendo demasiado bien: no sabemos enseñarles respeto, o el valor del esfuerzo y el sacrificio, a mirar más allá de lo inmediato…
Que levante la mano quien no lo hace bien a propósito ¿Nadie? ¿Se puede decir entonces que todos queremos hacerlo bien?
En absoluto. Lo que queremos muchas veces los padres no es hacerlo bien, sino no hacerlo mal. Y no es un juego de palabras: son dos cosas bien distintas. Y sus efectos son muy diferentes.
Quien educa con miedo a equivocarse, quien educa para no fallar, hace mucho menos. “Yo nunca haría eso, no sea que…”, “Por si acaso, mejor no”, “Vamos a esperar a ver qué es lo que le gusta, porque nunca se sabe”,… Siempre hemos pensado, ante una pregunta de la que no sabemos la respuesta, que es mejor callarse que decir una tontería. Pero en educación eso no funciona así. La inacción y la falta de iniciativa tienen un coste mayor que poner en marcha algo que no funcione bien. Porque de lo que no funciona se aprende. De lo que no se hace, no se aprende. Y hay mucho que aprender. Como, por ejemplo, aprender a educar a cada hijo. Son distintos, y se educan uno a uno.
Quien educa con miedo al fallo también es como una veleta. No tiene convicciones, apunta donde sopla el viento.  Pero educar es guiar, mostrar el camino, y no se puede avanzar cambiando de dirección cada dos por tres. Así, lo único que se consigue es quedarse en el sitio de salida. Aunque sigamos un camino algo equivocado, si lo seguimos con decisión, avanzaremos hasta donde no se pueda seguir, y descubriremos que no era el camino adecuado. Entonces podremos dar la vuelta y caminar en otra dirección. Si hacemos eso, cuando volvamos al punto de inicio dejaremos atrás a todos aquellos que siguen dando vueltas sin llegar nunca a avanzar.
Por eso hay que educar sin miedo al error.Si eres padre o madre te vas a equivocar mil veces. Pero si lo haces con criterio y convicción, tus hijos y tú iréis aprendiendo, y terminaréis avanzando. Como ves, después de todo, el miedo al error, en educación, es un gran error.

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