domingo, 26 de abril de 2020

EL ELEFANTE ENCADENADO


                                                                                                                                                                                                                     

Cuando  yo  era  pequeño  me  encantaban  los  circos,  y  lo  que  más  me gustaba  de  los  circos  eran  los  animales.  Me  llamaba  especialmente  la atención  el  elefante  que,  como  más  tarde  supe,  era  también  el  animal preferido  por  otros  niños.  Durante  la  función,  la  enorme  bestia  hacía gala de un peso, un tamaño y una fuerza descomunales... Pero después de  su  actuación  y  hasta  poco  antes  de  volver  al  escenario,  el  elefante siempre  permanecía  atado  a  una  pequeña  estaca  clavada  en  el  suelo con una cadena que aprisionaba una de sus patas. Sin embargo, la estaca era sólo un minúsculo pedazo de madera apenas enterrado unos centímetros en el suelo. Y, aunque la cadena era gruesa y poderosa, me parecía obvio que un animal capaz de arrancar un árbol de cuajo con su fuerza, podría liberarse con facilidad de la estaca y huir.
El misterio sigue pareciéndome evidente.
¿Qué lo sujeta entonces?
¿Por qué no huye?
Cuando  tenía  cinco  o  seis  años,  yo  todavía  confiaba  en  la sabiduría  de los mayores. Pregunté entonces a un maestro, un padre o un tío por el misterio  del  elefante.  Alguno  de  ellos  me  explicó  que  el  elefante  no  se escapaba porque estaba amaestrado.
Hice  entonces  la  pregunta  obvia:  «Si  está  amaestrado,  ¿por  qué  lo encadenan?». No   recuerdo   haber   recibido   ninguna   respuesta   coherente.   Con   el tiempo,  olvidé  el  misterio  del  elefante  y  la  estaca,  y  sólo  lo  recordaba cuando   me   encontraba   con   otros   que también   se   habían   hecho   esa   pregunta alguna vez.
Hace   algunos   años,   descubrí   que,   por suerte   para   mí,   alguien   había   sido   lo suficientemente  sabio  como  para  encontrar  la respuesta:
El  elefante  del  circo  no  escapa  porque  ha  estado atado  a  una  estaca  parecida  desde  que  era  muy, muy pequeño. Cerré los ojos e imaginé al indefenso elefante recién nacido sujeto a la estaca.  Estoy  seguro  de  que,  en  aquel  momento,  el  elefantito  empujó,
tiró  y  sudó  tratando  de  soltarse.  Y,  a  pesar  de  sus  esfuerzos,  no  lo consiguió, porque aquella estaca era demasiado dura para él.
Imaginé que  se  dormía  agotado  y  que  al  día  siguiente  lo  volvía  a intentar, y al otro día, y al otro... Hasta que, un día, un día terrible para su historia, el animal aceptó su impotencia y se resignó a su destino.
Ese  elefante  enorme  y  poderoso  que  vemos  en  el  circo  no  escapa porque, pobre, cree que no puede.Tiene grabado el recuerdo de la impotencia que sintió poco después de nacer. Y  lo  peor  es  que  jamás  se  ha  vuelto  a  cuestionar  seriamente  ese recuerdo.
Jamás, jamás intentó volver a poner a prueba su fuerza... Todos  somos  un  poco  como  el  elefante  del  circo:  vamos  por  el  mundo atados  a  cientos  de  estacas  que  nos  restan  libertad.  Vivimos  pensando que «no podemos» hacer montones de cosas, simplemente porque una vez,  hace  tiempo,  cuando  éramos  pequeños,  lo  intentamos  y  no  lo conseguimos.  Hicimos  entonces  lo  mismo  que  el  elefante,  y  grabamos en nuestra memoria este mensaje: No puedo, no puedo y nunca podré.
Hemos  crecido  llevando  ese  mensaje  que  nos  impusimos  a nosotros mismos y por eso nunca más volvimos a intentar liberarnos de la estaca.
Cuando,  a  veces,  sentimos  los  grilletes  y  hacemos  sonar  las  cadenas, miramos de reojo la estaca y pensamos:
No puedo y nunca podré.
J.BUCAY