martes, 26 de enero de 2021

¡TENGAMOS LA FIESTA EN PAZ!


 

En todos los colegios hay niños altos, niños bajos, rubios, morenos, con los ojos azules o verdes. Existen tantos tipos de niños como pueden existir tipos de personas.

En la clase de Jonás solamente había diez niños, no son muchos ya lo sé, pero eran los suficientes para armar una rebelión diaria. Su profesora Martina intentaba por todos los medios habidos y por haber, que su clase fuese un grupo organizado, responsable y respetuoso, pero no lo lograba.

Así que dar clase a diez niños tan dispares, con personalidades tan marcadas era un reto diario para Martina.

Para conmemorar el día mundial de la paz y la no violencia, el colegio organizó un acto multitudinario, en el que todas las clases y todos los niños participarían.

Aquella mañana Martina después de pedir silencio y atención como cien veces expuso el proyecto…

Automáticamente las ideas surgieron desde cada lugar donde había un niño sentado en aquella clase, uno que un desfile, otro que si un mural gigante, que si una obra de teatro, que si un cuento… que si juegos.

Lo que para que funcionase bien tenía que hacerse y decirse con calma, comenzó con un revuelo de ideas sin dirigir. Martina frunció el ceño, se sentó en la mesa y se tapó la cara con las manos en señal de protesta. Y aunque no lloraba estuvo muy a punto de hacerlo. Lucia se dio cuenta  mientras permanecía sentada en su pupitre, era evidente  lo triste que se estaba poniendo su profesora y se acercó para preguntarla.

-¡Seño… seño! ¿Está llorando?

-¡Aun no!

-¿Entonces piensa llorar?

-Sois imposibles no os ponéis de acuerdo ni para celebrar el día de la paz, ya no sé qué hacer….

Lucia entendió que se estaban comportando muy mal. Se fue corriendo hacia su pupitre, extrajo un libro de su cartera,  lo abrió… se subió a la mesa de la profesora y comenzó a leer en voz muy… muy… alta

-Yo soy un árbol, en mis ramas anidan los mejores valores de la humanidad, tengo los frutos de la compresión, de la igualdad, de la amistad, de la solidaridad, entre otros. Quien se guarece bajo mi sombra haya la paz y la concordia. Me crezco con la necesidad, pues soy capaz de extender mis ramas tanto como sea necesario abarcar ¿Me conoces, sabes quién soy?

Toda la clase incluida la profesora guardó silencio mientras Lucia leyó aquellas palabras, y Genaro desde el fondo de la clase contestó

-¡Es el árbol de la paz!

-¡En efecto! –Contesto Lucia y prosiguió – nuestra clase debería ser un árbol de la paz, y cada uno de nosotros ser un fruto de sus valores, porque esta clase es como un ejemplo de guerra e intransigencia, y no de paz, y… ¡yo compañeros! ¡Os digo que ya estoy más que harta de tanta rivalidad mal lograda! ¡Unámonos en armonía… con lógica y en grupo! ¡Seamos el mejor árbol de la paz jamás expuesto!

-Nuestra profesora nos conoce muy bien, sabe perfectamente cuáles son nuestras cualidades, debemos escucharla y dejarnos guiar por ella.

Aquellos diez niños organizaron una obra de teatro, donde tuvieron que realizar murales para el decorado, cantar, disfrazarse, jugar, desfilar, orar… contar cuentos, y lo que es mejor lo hicieron todos desde el respeto mutuo, desde la compresión, limando diferencias, y salvando cada obstáculo que se presentaba en grupo. Todo esto lo hicieron sin enfados, sin gritos, sin riñas, lo hicieron en perfecta armonía y coordinación, porque el respeto mutuo es lo primero que se necesita para sembrar la paz.

A su trabajo lo llamaron… ¡Tengamos la fiesta en paz! Y fue un éxito rotundo, y lo fue porque en él se reflejaron todos y cada uno de los valores que representa la paz.