En todos los colegios hay niños
altos, niños bajos, rubios, morenos, con los ojos azules o verdes. Existen
tantos tipos de niños como pueden existir tipos de personas.
En
la clase de Jonás solamente había diez niños, no son muchos ya lo sé, pero eran
los suficientes para armar una rebelión diaria. Su profesora Martina intentaba
por todos los medios habidos y por haber, que su clase fuese un grupo
organizado, responsable y respetuoso, pero no lo lograba.
Así que
dar clase a diez niños tan dispares, con personalidades tan marcadas era un
reto diario para Martina.
Para
conmemorar el día mundial de la paz y la no violencia, el colegio organizó un
acto multitudinario, en el que todas las clases y todos los niños
participarían.
Aquella
mañana Martina después de pedir silencio y atención como cien veces expuso el
proyecto…
Automáticamente
las ideas surgieron desde cada lugar donde había un niño sentado en aquella
clase, uno que un desfile, otro que si un mural gigante, que si una obra de
teatro, que si un cuento… que si juegos.
Lo
que para que funcionase bien tenía que hacerse y decirse con calma, comenzó con
un revuelo de ideas sin dirigir. Martina frunció el ceño, se sentó en la mesa y
se tapó la cara con las manos en señal de protesta. Y aunque no lloraba estuvo
muy a punto de hacerlo. Lucia se dio cuenta mientras permanecía sentada
en su pupitre, era evidente lo triste que se estaba poniendo su profesora
y se acercó para preguntarla.
-¡Seño…
seño! ¿Está llorando?
-¡Aun
no!
-¿Entonces
piensa llorar?
-Sois
imposibles no os ponéis de acuerdo ni para celebrar el día de la paz, ya no sé qué
hacer….
Lucia
entendió que se estaban comportando muy mal. Se fue corriendo hacia su pupitre,
extrajo un libro de su cartera, lo abrió… se subió a la mesa de la
profesora y comenzó a leer en voz muy… muy… alta
-Yo soy un árbol, en mis ramas
anidan los mejores valores de la humanidad, tengo los frutos de la compresión,
de la igualdad, de la amistad, de la solidaridad, entre otros. Quien se guarece
bajo mi sombra haya la paz y la concordia. Me crezco con la necesidad, pues soy
capaz de extender mis ramas tanto como sea necesario abarcar ¿Me conoces, sabes
quién soy?
Toda
la clase incluida la profesora guardó silencio mientras Lucia leyó aquellas
palabras, y Genaro desde el fondo de la clase contestó
-¡En
efecto! –Contesto Lucia y prosiguió – nuestra clase debería ser un árbol de la
paz, y cada uno de nosotros ser un fruto de sus valores, porque esta clase es
como un ejemplo de guerra e intransigencia, y no de paz, y… ¡yo compañeros! ¡Os
digo que ya estoy más que harta de tanta rivalidad mal lograda! ¡Unámonos en
armonía… con lógica y en grupo! ¡Seamos el mejor árbol de la paz jamás
expuesto!
-Nuestra
profesora nos conoce muy bien, sabe perfectamente cuáles son nuestras
cualidades, debemos escucharla y dejarnos guiar por ella.
Aquellos
diez niños organizaron una obra de teatro, donde tuvieron que realizar murales
para el decorado, cantar, disfrazarse, jugar, desfilar, orar… contar cuentos, y
lo que es mejor lo hicieron todos desde el respeto mutuo, desde la compresión,
limando diferencias, y salvando cada obstáculo que se presentaba en grupo. Todo
esto lo hicieron sin enfados, sin gritos, sin riñas, lo hicieron en perfecta
armonía y coordinación, porque el respeto mutuo es lo primero que se necesita
para sembrar la paz.
A
su trabajo lo llamaron… ¡Tengamos la fiesta en paz! Y fue un éxito rotundo, y
lo fue porque en él se reflejaron todos y cada uno de los valores que
representa la paz.