Sonó el despertador “ring – ring - ring”, ya era hora de levantarme. Mamá abrió la puerta de mi cuarto y con un dulce beso me despertó y dijo: “Lelo, ya es hora de que te levantes, hoy es tu primer día de clases”. Entre sueños la escuché y medio dormido me levanté.
Me sentía
algo nervioso, me preocupaba cómo iba a tener amigos si nunca los había visto.
Todo eso pensaba mientras me lavaba los dientes, después de haber tomado
desayuno.
Papá y
mamá me llevaron a la escuela y me dejaron en la puerta de mi clase.
La
maestra se acercó a mí, me saludó cariñosamente, me preguntó mi nombre y me
designó una mesa.
Había
llegado el momento de hacer nuevos amigos, pero el problema fue que no sabía cómo
hacerlo.
De pronto
la maestra iniciaba la clase, pero un ruido que venía desde el pasadizo la
detuvo, y se fue a averiguar qué era lo que pasaba.
Era un
niño que estaba en la puerta de la clase y, por la expresión de su rostro,
parecía que no se animaba a entrar. Observé cómo mi maestra le hablaba
cálidamente, pero el niño mostraba cara de timidez.
Así que
decidí acercarme, y con una gran sonrisa le dije: “Hola, mi nombre es Lelo.
¿Qué te parece si te sientas a mi lado?” Sin dudarlo, me respondió: “Claro, mi
nombre es Memo”
Juntos
entramos a la clase y nos sentamos en la misma mesa.
Me sentía
feliz porque tenía un nuevo amigo. Desde ese momento, comprendí que la
mejor manera de iniciar una amistad es brindando confianza y, claro, también
una gran sonrisa. Ahora tengo muchos amigos, pero Memo y yo siempre
seremos los mejores amigos